martes, 11 de noviembre de 2008

Paul Auster: Ciudad de cristal

Es temprano, de noche, y una llamada tan inesperada como inoportuna anuncia las primeras fisuras de una realidad cuya estabilidad se mostrará cada vez más frágil. Del otro lado del teléfono, una voz tensa pregunta por el detective privado Paul Auster. Quien contesta, sin embargo, es un poeta venido a menos que ahora se dedica, bajo el seudónimo “William Wilson” (como el desdoblado personaje de Poe, atormentado por un continuo susurro apenas perceptible), a escribir novelas predecibles sobre un detective hard-boiled llamado Max Work. Daniel Quinn, pues tal es su verdadero nombre, se decide casi por inercia a aceptar la confusión y se ve convertido, de pronto, en Auster. Así comienza Ciudad de cristal, primera parte de la Trilogía de Nueva York, obra densamente cargada de referencias filosóficas y literarias, preguntas y pavores.

Pero en poco tiempo descubrimos que hay algo más tras el acostumbrado inicio de novela policial. El trabajo ofrecido a Quinn es, en apariencia, bastante simple: debe evitar que Peter Stillman (Still-man, y aquí es necesario, como ocurrirá una y otra vez, atender al juego de palabras), “una combinación de místico y lingüista demente” según Pascal Bruckner, asesine a su hijo, a quien mantuvo encerrado durante nueve años para hacerle vislumbrar la lengua con que Adán dio nombre al mundo, la lengua en su condición previa a esa especie de segunda caída figurada por la confusión y el derrumbe de Babel. Pronto nuestra certeza, nuestra anticipación, se ve conmovida y somos arrojados a una novela de horror metafísico; la búsqueda de hombre se convierte en una búsqueda por la existencia misma, en un entredicho del lenguaje, la poesía y la presencia.

Dice Dante, en su Tratado de la lengua vulgar: “De todas las cosas que nos son comunes, sólo al hombre se le concedió hablar; porque sólo él necesitó del lenguaje. No fue necesario el hablar ni a los ángeles, ni a los animales inferiores”. Sólo al hombre, según leemos, le fue dada la posibilidad de decir. Un decir que es un desvelar, dirían con justa razón los hermeneutas. Pero no debemos olvidar que este decir puede ser también un ocultar. Y de esto la tradición da cuenta suficiente; baste recordar que la caída principia con la mentira de la serpiente y sigue con la de Adán y Eva, quienes, escondidos, niegan haber incurrido en la transgresión, Y es algo que Quinn-Auster no ignora, portador él mismo de diversos nombres. Quizá de aquí su necesidad de llevar un registro, anunciado ya en la lectura casi inicial de Marco Polo (quien nos habla en voz de otro) y realizado en la adquisición de un cuaderno rojo, al final del cual sólo podemos asegurar la precaria condición de ese artificio al que gustosamente llamamos “ser”. La esperada premisa del relato policial queda superada en apenas unas páginas, y una y otra vez entramos en un yermo delirio que trasciende las alegorías de Chesterton, Lull y Bruno.

Y es así como, en la búsqueda de la lengua perfecta y su utopía, nos topamos con un angustioso juego de espejos entre la Palabra el silencio, entre voces y nombres que nos muestran la arbitrariedad del yo frente al otro suplantado: el desdoblamiento atroz de Stillman, los rostros de Quinn, el encuentro con el verdadero Auster, novelista dentro del relato escrito por Auster-escritor, y su teoría sobre la verdadera identidad de nuestro querido Cide Hamete Benengeli, autor del Quijote. Al final Quinn, que ha sido tantos, puede decir, como Ulises, como Joseph Cartaphilus, como Nemo, que su nombre ahora es Nadie, y que lo único que queda de él, mientras se espera el olvido, son las palabras escritas en un cuaderno rojo.

2 comentarios:

Unknown dijo...

sInteresante recomendación.
Gracias a la maestra Ana Perusquía, excelente como profesora y persona, descubrí a Paul Auster.
Coincido contigo en que es una novela hipnotizante, de principio a fin. Yo no pude contenerme y me avalancé sobre las otras dos novelas de "Trilogía de Nueva York". ¿Resultado? Querer leer todo lo que diga 'Paul Auster':D
Que por cierto, vino a México el pasado 6 de nov. Y aunque pegué un aviso de la Feria Internacional del Libro en Oaxaca, nadie quiso ir. Mi urgencia era porque él abriría la primera conferencia, ¿imaginas la emoción de escuchar a Auster? qué envidia de aquellos que sí asistieron.
Yo sólo me limité a leer la reseña de La Jornada y Milenio. :/
En cuanto a mi maestra Ana, desafortunadamente no ha vuelto a impartir esa u otra optativa, el perfecto desperdicio de talento.
¿Por qué la dejaron ir?

Alberto Luquín dijo...

Una trilogía hipnotizante, en efecto. Acabo de terminarla, completa, y me he negado a reseñarla porque sigo pasmado.

¿Ha leído (le hablo de usted por respeto, ya que no nos conocemos) El cuaderno rojo? Interesante miscelánea sobre la esritura; como ocurre con Escribir, de Marguerite Duras, u Opio, de Cocteau... Me fue imposible asistir a la Feria del Libro que menciona, pero espero no perderme, al menos, la de Guadalajara... entrados en gastos, le diré que la de aquí no me convenció.

No tuve el placer de tomar clase con Ana Perrusquía... :S